Del campo a nuestro hogar: Así hemos aplicado prácticas más sostenibles en la última década
En estos diez años, atendiendo al compromiso colectivo por el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenibles (ODS) y la Agenda 2030 de Naciones Unidas, desde la Mesa de Participación-MPAC hemos ido gratamente comprobando año tras año como la sociedad española desea y anhela cada vez más reconciliarse con el planeta.
Así desde nuestra anual encuesta hemos podido ir constatando como un 50% de la población encuestada tienen en cuenta y presente la sostenibilidad a la hora de abordar sus compras de alimentación y gran consumo. En este sentido, paulatinamente, nuestra sociedad aborda, cada vez más concienciada, la necesaria transición de una economía lineal a una economía circular, como colofón necesario de los importantes avances realizados en materia de reciclado y recogida selectiva de residuos.
Además, todo apunta a que la sociedad cada vez tiene más asumido que la sostenibilidad debe ser un compromiso compartido por toda la cadena de valor agroalimentaria. Esto incluye desde los productores y procesadores hasta los distribuidores y consumidores. Porque la integración de prácticas sostenibles en cada etapa de la cadena es esencial para lograr un impacto significativo y duradero.
Para ello, un enfoque integral de sostenibilidad en la cadena de valor agroalimentaria implica considerar aspectos económicos, sociales y medioambientales. A dicho respecto, algunos ejemplos clave serían, la adopción de buenas prácticas agrícolas, la reducción del desperdicio de alimentos y la promoción de condiciones laborales justas.
Algunas buenas prácticas agrícolas sostenibles
La adopción de buenas prácticas agrícolas en materia de sostenibilidad es fundamental para minimizar el impacto ambiental y promover la salud del conjunto del ecosistema. Al respecto, algunas prácticas clave pasan por:
La rotación de cultivos (alternar diferentes tipos de cultivos en la misma área para mejorar la salud del suelo y reducir la dependencia de pesticidas y fertilizantes químicos).
El uso eficiente del agua (implementar sistemas de riego por goteo y técnicas de captación de agua de lluvia para optimizar el uso del agua y reducir el desperdicio).
El manejo integrado de plagas (utilizar métodos biológicos y mecánicos para controlar las plagas, reduciendo así la necesidad de pesticidas químicos).
La conservación del suelo (emplear técnicas como la siembra directa y el uso de coberturas vegetales para prevenir la erosión y mantener la fertilidad del suelo).
La agroforestería (integrar árboles y arbustos en las tierras agrícolas para mejorar la biodiversidad, proteger los cultivos y proporcionar hábitats para la fauna).
El uso de energías renovables (incorporar fuentes de energía renovable, como paneles solares y molinos de viento, para reducir la huella de carbono de las operaciones agrícolas).
La reducción de residuos (implementar prácticas de compostaje y reciclaje para gestionar los residuos agrícolas de manera sostenible).
Prácticas sostenibles en el hogar
En la reducción del desperdicio de alimentos, adoptar prácticas más sostenibles, como planificar las comidas, almacenar adecuadamente los alimentos y ser conscientes de las fechas de caducidad, puede marcar una gran diferencia.
A través de nuestras encuestas, desde la Mesa de Participación-MPAC hemos comprobado cómo, a lo largo de esta década, nos hemos concienciado de que responsabilidad en el desperdicio de alimentos nos corresponde e incumbe a todos los eslabones de la cadena agroalimentaria y como sociedad hemos decidido que teníamos la obligación moral de poner límites a ese desperdicio.
Así, tanto en España, como en muchos otros lugares del mundo se están tomando medidas para reducir el desperdicio alimentario, porque es un problema significativo tanto desde el punto de vista económico como ambiental. Al respecto, en esta década hemos visto cómo han ido adoptándose medidas en el ámbito legislativo; se han ido realizando campañas de concienciación (que suelen incluir consejos sobre la planificación de comidas, el almacenamiento adecuado de los alimentos y el aprovechamiento de las sobras); se ha apostado por el uso de la tecnología y la innovación (desarrollándose aplicaciones y plataformas que conectan a los productores de alimentos con organizaciones benéficas y consumidores); se han tomado iniciativas comunitarias (estableciéndose bancos de alimentos y programas de compostaje para aprovechar los residuos orgánicos); se han adoptado políticas empresariales (con políticas de sostenibilidad que incluyen la reducción del desperdicio o la mejora de la eficiencia en la cadena de suministro, hasta la donación de excedentes de alimentos). En definitiva, estos años nos han enseñado que, reducir el desperdicio de alimentos es un esfuerzo colectivo que requiere la participación de todos los sectores de la sociedad.
La sostenibilidad en el empleo y la empresa
En cuanto a la promoción de condiciones laborales justas, en esta década, a la luz de los resultados de nuestra anual encuesta hemos podido comprobar como la Responsabilidad Social Empresarial (RSE) es tenida en cuenta por los consumidores y está presente en sus decisiones de compra y consumo, siendo considerada en ella la existencia o no de condiciones laborales justas. Porque las condiciones laborales justas son fundamentales tanto para la sostenibilidad como para la Responsabilidad Social Empresarial (RSE).
Al respecto, nuestra sociedad evidencia en sus opiniones y respuestas a nuestra encuesta anual que implementar y mantener condiciones laborales justas no solo es una obligación ética y legal, sino que también es una estrategia clave para la sostenibilidad y el éxito a largo plazo de las empresas. Esas condiciones laborales justas de saber que el fabricante es responsable socialmente, se conjugan en materia de RSE con otros elementos como saber que es responsable medioambientalmente, saber cómo se ha producido el producto alimenticio, saber que es respetuoso con el bienestar animal, saber el origen del producto o saber quién es el fabricante real. Y la valoración de todos estos aspectos por los consumidores es tanta que al 83% le gustaría contar con un etiquetado donde se viera si el producto es realmente sostenible.
En todos los aspectos que se reseñan, la colaboración entre todos los actores de la cadena agroalimentaria puede y debe mejorar la eficiencia, reducir costos y aumentar la competitividad del sector. Porque, en resumidas cuentas la sostenibilidad no solo es una responsabilidad compartida, sino también una oportunidad para crear valor añadido y beneficios para todos los agentes involucrados.
Por su parte, para los consumidores, reducir la contaminación ambiental derivada de sus actos de compra y consumo es crucial por razones varias que deben tener muy presentes para proteger el medio ambiente, por la sostenibilidad, por la salud pública, por la contribución en la transición a la economía circular y también ya por cuestiones normativas que comprometen y comprometerán cada vez más tanto a las empresas como a los propios consumidores.
En definitiva, muchas y variadas son las razones por las que la sostenibilidad debe ser crucial y preocupar y ocupar a los consumidores. Nuestra encuesta pone de manifiesto que la sociedad española es cada vez más consciente de la importancia de ella como una responsabilidad compartida donde cada acción cuenta, pues al tomar decisiones conscientes, los consumidores pueden contribuir a un cambio positivo a nivel global.